Alumnos mejoran su autoestima debatiendo sobre democracia en clase.

Una investigación de las universidades de Málaga y Huelva concluye que los estudiantes que dialogan sobre derechos humanos se vuelven más tolerantes y resolutivos.

Los alumnos que debaten en clase sobre cultura democrática aprenden a escucharse, se respetan más y logran un mayor consenso, pero también ganan mayor confianza para cambiar las cosas y mejoran sus relaciones con los compañeros. Es la principal conclusión de una investigación de psicólogos sociales y sociólogos de las Universidades de Málaga y Huelva, que durante casi dos años han estudiado a 273 niños de entre 10 y 12 años inmersos en un programa de gobernanza y democracia directa local. La iniciativa pretendía lanzar ideas, incentivar el debate y escuchar con atención argumentos opuestos, ese último verbo tan difícil de conjugar hoy día.

“Los niños mejoran sus habilidades deliberativas, facilitan la toma de decisiones, hacen incluso mediación. Las interacciones positivas se incrementan y las negativas bajan. Y concluyen pensando ‘yo puedo cambiar lo que ocurre en mi ciudad”, avanza Patricia García-Leiva, investigadora del estudio, publicado en la revista Journal of Community Psychology, y que antes analizó la participación en los presupuestos participativos de varias ciudades. “Estudiando a los adultos, que están contaminados y con prejuicios, no se escuchan y no se respetan, nos dimos cuenta de que había que empezar antes. Carecemos de modelos de cultura democrática y en los debates gana el que más grita, el que dice más atropellos. El modelo que se impone es el de la velocidad y la brutalidad, pero los menores no están contaminados por su poco acceso a las redes sociales”, ilustra.

En clase los alumnos asignan presupuestos municipales —para comprar instrumentos para la banda, materiales para el laboratorio escolar o mejorar una pista de fútbol—, pero también diseñan programas de ocio o campañas contra la violencia de género y la limpieza viaria, que luego deben seducir a sus compañeros. La clave está en que los adultos que dinamizan en el aula no influyan en los estudiantes y sus opiniones. “Es muy difícil, pero nuestras dinamizadoras están entrenadas para ser catalizadoras, sin condicionar lo que dicen o hacen”, recuerda García-Leiva. Conchi Aguilar, de 11 años, del colegio San José en Palenciana (Córdoba), explica sobre su taller de igualdad: “La verdad es que fue muy raro, porque las niñas pusimos algo como machista, sobre que los niños juegan más al fútbol y hacen el trabajo más duro, y de nuestros errores luego comprendí mucho mejor”.

La desafección política ha espoleado las iniciativas para que los alumnos se empapen de cultura democrática. El programa Ágora Infantil aúna 2.500 escolares de 40 municipios desde 2014 y ahora un ramillete de 273, en siete sesiones a lo largo de cuatro meses, ha servido de base para esta investigación sobre la participación temprana en la cultura de ciudadanía. “Los chavales son más deliberativos, respetuosos, y más propensos a construir propuestas nuevas escuchando a los demás. Los alumnos más aislados y periféricos adquieren mayor protagonismo a través del grupo, es un proceso inclusivo en el que se nivelan las relaciones. Es decir, los chicos y chicas más tímidos, con menos amigos y menos influyentes, al final están más incorporados”, subraya Andrés Falck, creador del proyecto a través de la ONG Coglobal, presente en Andalucía, Murcia y Comunidad Valenciana. Esta organización, que trabaja con Ayuntamientos del PP (Córdoba, Málaga, Murcia), como del PSOE (Sevilla, Elche), pretende ahora subir un peldaño más y extender las deliberaciones de los niños a referéndums que impliquen a todo el colegio o a todos sus vecinos.

Con la confianza en la democracia en caída libre —el 82% considera que los políticos priman sus intereses a los de la sociedad, según una reciente encuesta—, los programas para colar la cultura democrática en las aulas van en paralelo a las asambleas ciudadanas elegidas al azar en Francia, Reino Unido y Suecia, para buscar soluciones al cambio climático, o en Irlanda para zanjar el debate sobre el aborto.

Fuera de la escuela, los órganos de participación infantil son una tendencia al alza en la que Unicef ha jugado un papel decisivo al reconocer como ciudad amiga de la infancia a 277 Ayuntamientos españoles, que copan el 42% de la población infantil, según sus cifras. El objetivo es respetar la Convención sobre los Derechos del Niño —firmada por España— para respetar sus derechos, a menudo pisoteados, y ofrecerles órganos de participación en la sociedad. La socióloga Lourdes Gaitán reta: “Hay que abordar de una vez por todas el voto de los niños, sin edad de corte y si no quieren votar que no voten. ¿Que les influyen los padres? Pues claro, igual que a ti o a mí. Es el mismo argumento para no dar el voto a la mujer en el siglo XIX”.

La pedagoga investigadora de la Universidad de Barcelona Ana Novella, del proyecto Infancia y participación, remata: “Son ciudadanos de pleno derecho y con plenas capacidades, de presente y no de futuro. Si se incrementa la participación ciudadana se reducen las desigualdades, se fortalece la convivencia, se disminuye la desafección política y se potencia el tejido social y asociativo”.

Fuente: El País/www.elperiodista.com.ar