La obesidad es una enfermedad multicausal que se consolida frente a
la sumatoria de varios factores, que inciden de manera individual o
simultánea y que, especialmente en tiempos como este, de
incertidumbre, nervios, aislamiento y falta de rutina, pueden
potenciarse exponencialmente. Esto también es agravado por una
cultura que celebra la delgadez como éxito social y la presión
constante por adaptarse a eso, como si fuera una simple cuestión de
voluntad o de encontrar la dieta mágica que lo haga posible en el
menor tiempo. Más que nunca, debemos romper con estos mitos y
trabajar por una verdadera concientización sobre esta problemática,
que ya afecta a 6 de cada 10 argentinos, según
el Ministerio de Salud.
El sobrepeso y la
obesidad surgen de la interacción de un trastorno genético múltiple
y un medio ambiente claramente favorecedor que potencia un aumento de
la ingesta y una reducción del gasto energético al disminuir de
forma alarmante la actividad física espontánea y programada. Es
importante dejar en claro que se trata de una enfermedad crónica y
como tal, su tratamiento no puede ser bajo ningún punto de vista una
dieta imposible de sostener con una duración corta y un final sino
que, por el contrario, requieren tratamientos prolongados o incluso
de por vida, dependiendo del caso individual.
Hay factores como el
fácil acceso y a bajo costo de los alimentos con mayor aporte
calórico, ricos en grasas y azúcares; el aumento del precio de
frutas y verduras; la disminución del tiempo para comer y el estrés
laboral que predispone a resoluciones rápidas de comida que no
aportan a la nutrición sino a saciar momentáneamente el apetito
como sea. Por su parte, el incremento de las actividades sedentarias
se suma al uso excesivo de los celulares, televisión, computación o
videojuegos y a la pérdida del hábito de caminar o hacer un
ejercicio cotidiano.
En la actualidad es
cada vez menor el tiempo que le dedicamos a elegir y preparar los
alimentos. Además, el estrés y el ritmo de vida acelerado nos
llevan a comer de forma rápida e inconsciente, con el piloto
automático puesto, disfrutando cada vez menos de la comida y al
mismo tiempo ingiriendo más. Además, no hay duda que las emociones
y el estado de ánimo influyen en la elección de lo que ingerimos.
Comer, en la mayoría de los casos, genera una sensación de
bienestar y la comida se convierte en el refugio más fácil y
accesible, especialmente en coyunturas como esta. Poder distinguir el
“hambre real” de la ingesta por ansiedad, costumbre,
aburrimiento, tristeza o alegría, es clave.
El factor psicológico
de la enfermedad también tiene una considerable incidencia. Por eso
es importante abandonar pensamientos errados y simplistas que asocian
a la obesidad con falta de voluntad, debilidad de carácter, pereza o
gula desmedida. Estigmatizar de esta manera a una persona que la
padece no hace más que sumarle sentimientos de culpa, llevándolos a
tomar medidas drásticas o dietas extremas que empeoran su situación.
La finalidad del
tratamiento es un cambio de estilo de vida que debe mantenerse para
siempre, sin fecha de vencimiento, por eso no debe ser prohibitivo o
insostenible. Sin embargo, por desconocimiento o por desesperación,
quienes sufren estas problemáticas pueden convertirse en víctimas
crónicas de “dietas mágicas” que prometen soluciones y serán
perjudiciales para su verdadera recuperación. Esto, junto con todas
las alteraciones metabólicas que ocurren en el síndrome de
renutrición, implica un alto índice de abandonos y la recuperación
del peso perdido que, en la mayoría de las ocasiones, acaba
superando con creces el inicial.
Un tratamiento para la
obesidad debe ser integral porque, al ser una enfermedad, tiene
signos y síntomas que debemos atender y con los que debemos trabajar
enfocadamente para reducirlos lo más posible o, en el mejor de los
escenarios, eliminarlos por completo. Por ejemplo, el exceso de peso
en un paciente con obesidad es tan sólo uno de los síntomas que
puede tener. Al bajar de peso, estoy manejando sólo ese síntoma,
pero es fundamental seguir poniendo el foco en los restantes.
De cara a esto, podemos
identificar puntos clave para el progreso: lograr una actividad
física sostenida, paulatina y posible para cada paciente; realizar
un plan alimentario a medida y adecuado a la situación particular
del individuo (contemplando gustos, rutinas, accesibilidad) de la
mano de un médico nutricionista; manejar las emociones y el cambio
con un profesional de la salud mental. La obesidad requiere del
tratamiento integral con el correcto acompañamiento y seguimiento de
todos los agentes de salud implicados en la complejidad de esta
patología.
Un verdadero
tratamiento de la obesidad como enfermedad busca conseguir, mediante
la reeducación y el acompañamiento psicoemocional, un cambio en los
hábitos alimentarios y un aumento de la actividad física diaria y,
con ello, una moderada, posible y sostenida pérdida de peso de entre
el 5 y el 10%. Esto se contrapone con la cultura de la dieta
inmediata y el éxito a corto plazo. Este tipo de planteo supone para
el paciente un gran esfuerzo, principalmente porque debe despojarse
de la idea de que es gordo solo por lo que come y que la solución es
la dieta estricta, transpirar haciendo ejercicio envuelto en papel
film (o el ejercicio de moda) para perder calorías al máximo para
luego de tanto esfuerzo pesarse y que nada haya cambiado.
Si bien el foco
principal debe estar puesto en sostener un plan de alimentación
saludable y de actividad física, muchas veces es necesario
considerar la complementación con asistencia médica y fármacos
seguros y eficaces para el descenso y control del peso corporal. En
Argentina, contamos con tres fármacos aprobados para el uso en
obesidad: Orlistat, Liraglutida y la combinación recientemente
aprobada de un nuevo medicamento en comprimidos que combina
Naltrexona y Bupropión, que se administra por vía oral e interviene
sobre los dos principales centros que regulan el apetito de manera
simultánea. De esta manera, logra mejorar el control de la ingesta,
actuando sobre la saciedad.
Así como la obesidad
es multicausal, el tratamiento también debe contemplar y atender
múltiples variables, donde el tratamiento médico es indispensable
pero no es el único. No se trata de una simple dieta a corto plazo,
es un compromiso y un esfuerzo constante, casi de por vida, que el
paciente debe hacer conscientemente y a voluntad, acompañado por un
equipo de trabajo responsable y a medida de sus necesidades.
Dra. Virginia
Busnelli
MN: 110351